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miércoles, febrero 20, 2008

Tejiendo vida, copuchando con una araña

La relación de las tejedoras con la naturaleza es muy estrecha, crían ovejas junto a sus casas, les dan de comer, de beber y hasta se podría decir que las acarician.
Llegando el calor, casi insoportable para este animal tan espeso, su dueña la trasquila cuidadosamente cortando esas fibras de color blanco amarillento, plomo e incluso negro. Cuando tiene una buena cantidad se acerca al rió o vertiente más cercana y la lava, las aguas frías del sur se llevan la tierra, el calor y el nombre del animal trasquilado.
Estas lanas limpias de pasado, son puestas en una gran olla y la mujer sale al bosque, ese que tiene junto a su ruka, en busca del vegetal, fruto, piedra o barro que la enamoran, su corazón ansioso trata de acercarse a los colores cobrizos de las cortezas de los árboles, pero los diversos verdes del bosque y las hojas silenciosas triunfan en esta competencia de amor y tinte.
Minuto siguiente, se pone al fuego la lana sin pasado junto a los triunfadores verdes, después de un rato, un verde maqui intenso agarra la lana tomándola fuerte y le regala su color, su savia.
Con esto, la tejedora después de una conversación larga y tendida con una araña, toma el material y lo ata al telar hecho de tronco de madera nativa y va entrelazando sueños, verdades, frustraciones, historia e ilusiones, creando una forma verdosa de singular belleza, son días extendidos trabajando, construyendo tejidos, armando historias para contárselas al mundo, mostrando su mundo, la Mapu (tierra), el bosque, el corazón, su resistencia y su familia.
Después de tal obra de arte en esta mujer ha cambiado la forma de ver la vida, ahora observa desde su identidad, con verdad, dignidad y amor.